La Taberna de Álvaro, la tentación de probar muy buenas tapas a solo un euro

Menos mal que no se llama Pepito porque llamar a un establecimiento La Taberna de Pepito suena a bareto sin ninguna particularidad extraordinaria (y que me perdonen los Pepitos que tengan alguna taberna). En este caso hablamos de Álvaro Fernández Chamizo (Málaga, 1964), dueño de la Taberna de Álvaro -como debe ser- y hostelero muy inquieto que lleva en esa industria desde que se servía el vino en vaso de Duralex y las tapas apenas pasaban de los boquerones fritos, normalmente fritos dos semanas antes de servirse.

Su trayectoria laboral arrancó en 1987 en el desaparecido bar PK2, en la calle Santa Lucía, y allí empezó igualmente a fijarse en los cambiantes hábitos de una clientela peregrina y de gustos dispares. Sin que nadie le dijera nada, él apuntaba y tachaba los productos que se convertían temporalmente en los más demandados hasta que dejaban de serlo. 
Su posterior recorrido le hizo aún más agudo en la localización de los aciertos y los errores menos perceptibles de la actividad hostelera, porque combinó la organización de eventos con la distribución de productos y el trabajo en marisquerías con la responsabilidad de gestionar un bar que tuvo su éxito y que después se marchitó frente a la brutal competencia que se instaló en los alrededores de la icónica calle Larios. Tapasbar, que así se llamaba el negocio, le dio sin embargo la perspectiva necesaria para apuntarse al carro de los autónomos y abrir el 11 de octubre de 2010 la taberna que ahora dirige con la ayuda eficaz de su hijo Álvaro, otro motivo de peso para que este sitio se llame como se tiene que llamar. 
La fecha de inauguración de su primer local propio ya indica la sagacidad natural de este empresario sin ínfulas que se adelantó 24 horas a la celebración del Día de la Hispanidad para abarrotar la taberna desde esa misma noche, a la espera de una jornada festiva que le diera el impulso necesario para ir recuperando la inversión. Un tío listo, vamos.
La Taberna de Álvaro ciertamente es un sitio muy distinto, de enorme sabor retro y estética íntima de quincallas y cobres que exige como mínimo una fotografía para el recuerdo. Álvaro Fernández ha adornado el interior con todo tipo de objetos y viejísimas imágenes semanasanteras que le han ido donando sus amigos y la clientela más fiel, que son muchos en ambos casos. Relojes antiguos, lamparitas art decó, cientos de productos de mercadillo que él también ha comprado allí donde va, imágenes de cristos y vírgenes, planchas centenarias o muñequitos de plomo que te sumergen de inmediato en una suerte caótica de anticuario de atractivo contundente. Un lugar distinto se ponga usted como se ponga. 
Pero como hablamos de un tipo avispado, la cocina de este local se mueve sobre la base de un tapeo amplio, tradicional, sabroso y de precios irrisorios que te llega a la mesa con asombrosa rapidez y una simpatía demoledora. Ha enseñado muy bien Álvaro Fernández a sus empleados a sonreir a todos y cada uno de sus clientes, e incluso a hacerles reír con alguna coletilla ingeniosa que no altera nunca el sosiego que buscan los recién llegados en esa cervecita muy fría que te hace suspirar. Por eso mismo, la terraza urbanita de esta peculiar taberna registra un lleno que pasma a cualquier paseante en estos momentos extraños de altibajos e incertidumbre. 

Recomendaciones

En este caso no hace falta abundar mucho en el precio de las cosas que aquí se ofrecen: Casi todas las tapas -o los pinchos, como los llama Álvaro- cuestan un euro. Sí, han leído bien, ¡un euro! La lista es abundante, pero a ese coste no sueles retrasarte demasiado en la elección del tentempié. Como si pides cinco de sopetón. 


Dignísimas las tapas de paella, de boquerones al vinagre macerados en su justa medida, de langostinos, de mejillones o pulpo, las lagrimitas, las albóndigas en salsa de almendras, la ensaladilla rusa, la tosta de pringá, las croquetas de jamón o de salmón y queso, el salpicón, el pollo al curry o el estupendo caramelo de rabo de toro. Y por solo un poquito más ahí tiene usted el choricito criollo (1,5 euros) y las tortillas de bacalao o de camarones (1,9 euros).
No se vaya usted a quejar de algo porque aquí le va a resultar prácticamente imposible. 


La Taberna de Álvaro
Calle Ángel, número 1 (bocacalle de calle Granada, zona casco histórico).
Málaga.
Teléfono: 675 63 52 46.
Cierra los domingos.


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